Me encantaría escribir algo como ‘A menudo me preguntan cuál es mi método para…’ o alguna frase de esas que la gente importante puede darse el lujo de decir en una entrevista en la radio, en algún artículo de revista especializada, ¡de perdis en un blog serio!, o al menos en una plática donde su opinión es, claramente, iluminadora. Esto no es una queja ni menosprecio a las pláticas que tengo con la gente que hace que mi mundo siga girando; sólamente es que tengo respuestas a preguntas que nadie me haría, en buena parte por la inutilidad de esta información.
Aquí va una de esas preguntas que, si llego a ser un George Martin, Phil Ramone, Alan Parsons o Nigel Godrich, me regodearía en contestar: ¿Cuál es la canción que me marcó primero como aspirante a ingeniero de sonido, específicamente un ingeniero de estudio? Fácil. Tomorrow, de Annie, o como la conocimos en México, Anita la Huerfanita, pero la versión cantada por Andrea McArdle en 1977, quien hiciera el papel original en Broadway. O debo decir más bien MI versión de la versión cantada por Andrea McArdle en 1977. ¡Perdón! Como siempre, mis historias son rebuscadas e ilógicas. ¿Seré yo? ¿O será el destino, que se complica para darme algo que escribir, y a ustedes algo que leer, y en que tirar su, de por sí, escaso tiempo? Esto va a requerir, como siempre en mi caso, una explicación que, esta vez, contiene una historia un poco amarga.
Hace siete años y poco más de un mes, un domingo 12 de octubre del 2003, recibí la noticia de que, para junio del próximo año, sería papá. Recuerdo que ese día me habían invitado al Autódromo - ¡por primera vez en mi vida! – a ver una carrera. Disculpen mi imprecisión en este punto. No tengo idea de si era NASCAR, Fórmula 1, los Go-Karts o algún otro apelativo de competencia automovilística que, por descuido y poco conocimiento del tema, no estoy pudiendo detallar. Alina y Vivi, son testigos de que el sol hizo de las suyas ese largo día sin sombra, pues con ellas pasé el día. Al llegar a mi casa recibí la noticia que me haría olvidar insolación, cansancio, hambre o sueño. ¡No cabía de alegría en el cuarto de 40 metros cúbicos donde recibí la noticia! No sé si eso sea muy descriptivo, pero el asunto es que estaba muy, MUY contento.
Un par de semanas después, Dios decidiría que aún no estaba listo para ser papá, y se llevó un pedacito de mi esperanza y, por un tiempo, mi sonrisa. Cómo lloramos…
Algún tiempo más adelante, vagando por Tower Records – ¡aún no me había dado cuenta del tremendo sobreprecio que le aplican a casi todo! – encontré una copia perdida del CD de Annie. Una vez más, Alina y Vivi entran en la historia, pues el siguiente punto en el itinerario fue visitarlas en el sótano de su casa, con cariño El Cuevón. Yo recordaba que ese disco había existido como L.P. en casa de mis papás, hacía muchos, pero muchos años. Era de mi hermana, la mayor, y estaba rayoneado por un episodio de imitación de su parte. De imitación de El Zorro, por cierto. Bueno, no sólo ese disco estaba rayoneado. ¡Creo que todos sus discos que cayeron en su manos ese día tenían una suerte de ‘Z’, plasmada probablemente con un bolígrafo BIC – que no sabe fallar - con evidente maestría!
Como sea, no bien hube puesto la pista cuatro del disco, vinieron a mí recuerdos de mi más temprana infancia, de mi etapa temprana como escolar, de mi adolescencia… y de la ilusión perdida con quien no llegué a conocer, y llegaron también algunas lágrimas que, por lo contrastante del ambiente – ¡qué bien la pasábamos! - nos dieron risa. La interpretación es magistral, la voz sublime. La orquesta… bueno, la orquesta es una de esas orquestas de teatro de comedia musical donde, cada instrumentista, es el mejor en lo que toca. Enough said. Pero no fue nada de esto lo que me hizo llorar esa vez. Fue darme cuenta que, de algún modo, sabía que mañana todo sería mejor. Que mañana el sol iba a salir una vez más, y que podía estar seguro de que las telarañas de tristeza, de duda, de desánimo, iban a ser sólo recuerdos. Que algún día contaría lo que en ese momento me dolía como un punto de apoyo en lo que habría sido mi historia. Lloré sabiendo que, poco a poco, estaba sanando. No me equivoqué.
Algunos días después, y respetando el ímpetu científico que muy de vez en vez tengo, usé mi disco con fines de estudio. Resulta que, por esos días, el formato aac (sucesor del mp3, un poquito menos nefasto, pero esencialmente pan con lo mismo) estaba entrando al mercado. Habiéndome yo informado del tema, decidí codificar mis canciones favoritas y escucharlas con los mejores audífonos que tuviera, para poder dar una opinión informada. ¡Les digo que vivo convencido de que algún día alguien me va a preguntar ‘¿Y qué opinión le puedes compartir a nuestros lectores acerca del mejor formato de archivos digitales de audio?’! Lo que no me di cuenta, y que acabo de descubrir hace pocas semanas, es que codifiqué de un modo erróneo la canción. Utilicé únicamente uno de los canales de la grabación: el canal derecho.
Debo haber escuchado esta canción no una, sino varias docenas de veces, con la calma que sólo se tiene cuando estamos solos y sabemos que nadie va a quejarse del loop infinito que hemos programado. ¿No lo han hecho? ¡Es adictivo, cuando escogen la canción correcta!, ¿eh? En cada reproducción, la canción me fue revelando colores sonoros distintos a los que yo había escuchado antes; detalles que ni siquiera sabía que existían en esa vieja grabación. Lo más importante: pude ver el estudio de grabación donde se había grabado ese disco. No estoy mintiendo. Para mí es la mejor grabación del mundo y la mezcla más perfecta, porque siento que estoy junto a la orquesta; en medio del estudio – porque, hay que reconocerlo, nunca me he sentido en el teatro al escuchar esa grabación – y con Andrea McArdle justo al centro. Bueno. Todos están al centro, pues el canal derecho, que fue el único que yo codifiqué, se fue a ambos canales de la grabación que yo escuché interminablemente, y de la cual me fui enamorando. Así, es una grabación monoaural, aunque la original fuera estereofónica.
¿Qué hay en esa grabación? Permítanme decirles qué escucho yo. Una sección de maderas que abre el tema, a la par de una sección importante de cellos y algún contrabajo perdido por allí. Hay en esta entrada algunos violines en tremolo, pero bastante perdidos. Un piano de cola que entra a partir del puente anterior al coro, y hace un comping en negras durante prácticamente toda la pieza. Una batería con un sonido sordo, pero muy presente. Probablemente de maple, y con un microfoneo cercano. Pero además, un arreglo de micrófonos ambientales que capta la esencia del cuarto. ¿Por qué lo sé? Porque la reverberancia es lo que hace mágica esta canción: sé que esto no es más una pachequez mía, pero desde entonces hasta ahora, he vivido convencido de que conozco el cuarto donde se grabó esta pieza. Una sección de metales con una expresividad muy particular: particularmente son notables el trombón y la tuba de casi todo el número y hasta antes del final, cuando las trompetas toman por asalto el escenario. Claro, como en todo número romántico que se precie, hay un timbal que, cual bailarín de ballet salvaje - ¿esto existe? – se obstina en hacerse notar, una vez más, hacia el final de la pieza. Para mis amigos músicos no debe ser raro que mi descripción tenga una marcada preponderancia de los tenores y bajos de las secciones. Habiendo usado únicamente el canal derecho, tomé aquellos registros que, según el canon clásico de la disposición de ensambles, se colocan de ese lado, de acuerdo a la perspectiva de la audiencia. Estos 2 minutos y 8 segundos fueron suficientes para que yo quisiera tener el conocimiento y la técnica para recrear un espacio, una sensación, a partir de sonidos grabados.
Hace pocos meses, una de las parejas que me han enseñado el concepto ‘amor’ con especial resonancia, compró un equipo de sonido sencillamente espléndido. Me ofrecí a regalarles lo que, a mi juicio, era una grabación que explotaría las capacidades de fidelidad que su equipo ofrecía. Busqué, pues, el disco de Annie. Resulta que para festejar el 20 Aniversario de la obra – en 1997 -, se hizo una reedición del disco, remasterizada y no sé qué más. Otra razón para no volver a comprar en Tower Records: ¡yo compré mi disco original en el 2003 y aún así, me vendieron una edición atrasada! Compré dos ejemplares de la reedición, para poder escuchar lo que les iba a poner a mis amigos. Y de pronto… ¡horror! ¡Una mezcla diferente a la que yo había venerado! Fue espantoso escuchar, de súbito, una guitarra eléctrica con un sonido - a mi juicio - Fender en el canal izquierdo, haciendo un torpe delineado de la melodía principal. Violines más presentes, cellos menos dominantes, trompetas mucho más chillonas, contracantos innecesarios en un trombón de feo sonido, ¡toda suerte de instrumentos que yo no había escuchado! Maldije al ingeniero de remezcla, por haber traído tan al frente estos nuevos elementos, y procedí a buscar mi vieja versión. No la encontré, pero eBay me hizo favor de proveer un ejemplar de esa edición. Feliz por mi compra en una subasta, la puse para confirmar la belleza de la versión original contra lo desecrable de la nueva. ¡Y ahí estaban la guitarra, los violines, el trombón, los agudos…!
Ahora sé que soy el único responsable por haber escuchado hasta el cansancio una versión a la que se le mutiló el canal izquierdo, duplicando el canal derecho y poniéndolo en ambos canales de esta nueva grabación. De modo sorpresivo, sigo prefiriendo mi versión.
Hoy cumplo 33 años, como Annie lo hizo en abril, Star Wars lo hizo en mayo y Just the way you are de Billy Joel lo hizo en septiembre. Llego a mi día 12,054 de vida con un poco menos de 70 kg, una hija que adoro, una familia que ha soportado mis peores locuras y mis mejores sonrisas, y amigos que amo y que sé que darían su brazo derecho – y con un poco más de insistencia, también el izquierdo – por mí. Y por cierto: El sol sigue saliendo cada mañana.
Después de pensar largamente en la necesidad de acostumbrarme a escuchar la guitarra que tanto me lastima en la versión no mutilada de Tomorrow, llegué a una conclusión: No. Me gusta más mi versión. Tomorrow tiene dos canales de grabación; sólo uno de ellos me hizo amar esta grabación, y querer grabar algún día una obra magistral como, considero, es esta. Me resulta innecesario conocer lo que el canal izquierdo puede aportar. Y al igual que con Tomorrow, me debato entre escuchar o ignorar los innumerables canales – no sólo izquierdo y derecho: el de hijo, padre, amigo, pareja, músico, ingeniero, creador, admirador, devoto, ateo, estudiante y maestro - que, a lo largo de estos años, mi historia ha ido grabando en la pista que es mi vida.
En algún momento escuché uno de los canales y me pareció magnífico. Mi cosmovisión y el concepto que, de mí mismo tuve, fue muy bueno. Más tarde, he escuchado algunos canales que de verdad lamento. Y por un momento he querido creer que escuchar todos los canales es la única forma de ser íntegro y, conociendo todas las aristas de mi personalidad, ser mejor. Hoy me voy a dar permiso de escuchar nada más el canal derecho e imaginar ese estudio de grabación sólo con base en él; de construir lo que quiero ser escuchando nada más lo que creo que en mí ha sido mejor; de ignorar lo que tal vez fue una hermosa Stratocaster para quien hizo el arreglo, pero que a mí me da dolor de cabeza, o hace brotar una lágrima.
Gracias por acompañarme estos treinta y tres años y convencerme de que puedo esperarlos mañana, de que puedo apostar que mañana saldrá el sol, de que falta sólamente un día para estar juntos.
Con amor,
Paco
Aquí va una de esas preguntas que, si llego a ser un George Martin, Phil Ramone, Alan Parsons o Nigel Godrich, me regodearía en contestar: ¿Cuál es la canción que me marcó primero como aspirante a ingeniero de sonido, específicamente un ingeniero de estudio? Fácil. Tomorrow, de Annie, o como la conocimos en México, Anita la Huerfanita, pero la versión cantada por Andrea McArdle en 1977, quien hiciera el papel original en Broadway. O debo decir más bien MI versión de la versión cantada por Andrea McArdle en 1977. ¡Perdón! Como siempre, mis historias son rebuscadas e ilógicas. ¿Seré yo? ¿O será el destino, que se complica para darme algo que escribir, y a ustedes algo que leer, y en que tirar su, de por sí, escaso tiempo? Esto va a requerir, como siempre en mi caso, una explicación que, esta vez, contiene una historia un poco amarga.
Hace siete años y poco más de un mes, un domingo 12 de octubre del 2003, recibí la noticia de que, para junio del próximo año, sería papá. Recuerdo que ese día me habían invitado al Autódromo - ¡por primera vez en mi vida! – a ver una carrera. Disculpen mi imprecisión en este punto. No tengo idea de si era NASCAR, Fórmula 1, los Go-Karts o algún otro apelativo de competencia automovilística que, por descuido y poco conocimiento del tema, no estoy pudiendo detallar. Alina y Vivi, son testigos de que el sol hizo de las suyas ese largo día sin sombra, pues con ellas pasé el día. Al llegar a mi casa recibí la noticia que me haría olvidar insolación, cansancio, hambre o sueño. ¡No cabía de alegría en el cuarto de 40 metros cúbicos donde recibí la noticia! No sé si eso sea muy descriptivo, pero el asunto es que estaba muy, MUY contento.
Un par de semanas después, Dios decidiría que aún no estaba listo para ser papá, y se llevó un pedacito de mi esperanza y, por un tiempo, mi sonrisa. Cómo lloramos…
Algún tiempo más adelante, vagando por Tower Records – ¡aún no me había dado cuenta del tremendo sobreprecio que le aplican a casi todo! – encontré una copia perdida del CD de Annie. Una vez más, Alina y Vivi entran en la historia, pues el siguiente punto en el itinerario fue visitarlas en el sótano de su casa, con cariño El Cuevón. Yo recordaba que ese disco había existido como L.P. en casa de mis papás, hacía muchos, pero muchos años. Era de mi hermana, la mayor, y estaba rayoneado por un episodio de imitación de su parte. De imitación de El Zorro, por cierto. Bueno, no sólo ese disco estaba rayoneado. ¡Creo que todos sus discos que cayeron en su manos ese día tenían una suerte de ‘Z’, plasmada probablemente con un bolígrafo BIC – que no sabe fallar - con evidente maestría!
Como sea, no bien hube puesto la pista cuatro del disco, vinieron a mí recuerdos de mi más temprana infancia, de mi etapa temprana como escolar, de mi adolescencia… y de la ilusión perdida con quien no llegué a conocer, y llegaron también algunas lágrimas que, por lo contrastante del ambiente – ¡qué bien la pasábamos! - nos dieron risa. La interpretación es magistral, la voz sublime. La orquesta… bueno, la orquesta es una de esas orquestas de teatro de comedia musical donde, cada instrumentista, es el mejor en lo que toca. Enough said. Pero no fue nada de esto lo que me hizo llorar esa vez. Fue darme cuenta que, de algún modo, sabía que mañana todo sería mejor. Que mañana el sol iba a salir una vez más, y que podía estar seguro de que las telarañas de tristeza, de duda, de desánimo, iban a ser sólo recuerdos. Que algún día contaría lo que en ese momento me dolía como un punto de apoyo en lo que habría sido mi historia. Lloré sabiendo que, poco a poco, estaba sanando. No me equivoqué.
Algunos días después, y respetando el ímpetu científico que muy de vez en vez tengo, usé mi disco con fines de estudio. Resulta que, por esos días, el formato aac (sucesor del mp3, un poquito menos nefasto, pero esencialmente pan con lo mismo) estaba entrando al mercado. Habiéndome yo informado del tema, decidí codificar mis canciones favoritas y escucharlas con los mejores audífonos que tuviera, para poder dar una opinión informada. ¡Les digo que vivo convencido de que algún día alguien me va a preguntar ‘¿Y qué opinión le puedes compartir a nuestros lectores acerca del mejor formato de archivos digitales de audio?’! Lo que no me di cuenta, y que acabo de descubrir hace pocas semanas, es que codifiqué de un modo erróneo la canción. Utilicé únicamente uno de los canales de la grabación: el canal derecho.
Debo haber escuchado esta canción no una, sino varias docenas de veces, con la calma que sólo se tiene cuando estamos solos y sabemos que nadie va a quejarse del loop infinito que hemos programado. ¿No lo han hecho? ¡Es adictivo, cuando escogen la canción correcta!, ¿eh? En cada reproducción, la canción me fue revelando colores sonoros distintos a los que yo había escuchado antes; detalles que ni siquiera sabía que existían en esa vieja grabación. Lo más importante: pude ver el estudio de grabación donde se había grabado ese disco. No estoy mintiendo. Para mí es la mejor grabación del mundo y la mezcla más perfecta, porque siento que estoy junto a la orquesta; en medio del estudio – porque, hay que reconocerlo, nunca me he sentido en el teatro al escuchar esa grabación – y con Andrea McArdle justo al centro. Bueno. Todos están al centro, pues el canal derecho, que fue el único que yo codifiqué, se fue a ambos canales de la grabación que yo escuché interminablemente, y de la cual me fui enamorando. Así, es una grabación monoaural, aunque la original fuera estereofónica.
¿Qué hay en esa grabación? Permítanme decirles qué escucho yo. Una sección de maderas que abre el tema, a la par de una sección importante de cellos y algún contrabajo perdido por allí. Hay en esta entrada algunos violines en tremolo, pero bastante perdidos. Un piano de cola que entra a partir del puente anterior al coro, y hace un comping en negras durante prácticamente toda la pieza. Una batería con un sonido sordo, pero muy presente. Probablemente de maple, y con un microfoneo cercano. Pero además, un arreglo de micrófonos ambientales que capta la esencia del cuarto. ¿Por qué lo sé? Porque la reverberancia es lo que hace mágica esta canción: sé que esto no es más una pachequez mía, pero desde entonces hasta ahora, he vivido convencido de que conozco el cuarto donde se grabó esta pieza. Una sección de metales con una expresividad muy particular: particularmente son notables el trombón y la tuba de casi todo el número y hasta antes del final, cuando las trompetas toman por asalto el escenario. Claro, como en todo número romántico que se precie, hay un timbal que, cual bailarín de ballet salvaje - ¿esto existe? – se obstina en hacerse notar, una vez más, hacia el final de la pieza. Para mis amigos músicos no debe ser raro que mi descripción tenga una marcada preponderancia de los tenores y bajos de las secciones. Habiendo usado únicamente el canal derecho, tomé aquellos registros que, según el canon clásico de la disposición de ensambles, se colocan de ese lado, de acuerdo a la perspectiva de la audiencia. Estos 2 minutos y 8 segundos fueron suficientes para que yo quisiera tener el conocimiento y la técnica para recrear un espacio, una sensación, a partir de sonidos grabados.
Hace pocos meses, una de las parejas que me han enseñado el concepto ‘amor’ con especial resonancia, compró un equipo de sonido sencillamente espléndido. Me ofrecí a regalarles lo que, a mi juicio, era una grabación que explotaría las capacidades de fidelidad que su equipo ofrecía. Busqué, pues, el disco de Annie. Resulta que para festejar el 20 Aniversario de la obra – en 1997 -, se hizo una reedición del disco, remasterizada y no sé qué más. Otra razón para no volver a comprar en Tower Records: ¡yo compré mi disco original en el 2003 y aún así, me vendieron una edición atrasada! Compré dos ejemplares de la reedición, para poder escuchar lo que les iba a poner a mis amigos. Y de pronto… ¡horror! ¡Una mezcla diferente a la que yo había venerado! Fue espantoso escuchar, de súbito, una guitarra eléctrica con un sonido - a mi juicio - Fender en el canal izquierdo, haciendo un torpe delineado de la melodía principal. Violines más presentes, cellos menos dominantes, trompetas mucho más chillonas, contracantos innecesarios en un trombón de feo sonido, ¡toda suerte de instrumentos que yo no había escuchado! Maldije al ingeniero de remezcla, por haber traído tan al frente estos nuevos elementos, y procedí a buscar mi vieja versión. No la encontré, pero eBay me hizo favor de proveer un ejemplar de esa edición. Feliz por mi compra en una subasta, la puse para confirmar la belleza de la versión original contra lo desecrable de la nueva. ¡Y ahí estaban la guitarra, los violines, el trombón, los agudos…!
Ahora sé que soy el único responsable por haber escuchado hasta el cansancio una versión a la que se le mutiló el canal izquierdo, duplicando el canal derecho y poniéndolo en ambos canales de esta nueva grabación. De modo sorpresivo, sigo prefiriendo mi versión.
Hoy cumplo 33 años, como Annie lo hizo en abril, Star Wars lo hizo en mayo y Just the way you are de Billy Joel lo hizo en septiembre. Llego a mi día 12,054 de vida con un poco menos de 70 kg, una hija que adoro, una familia que ha soportado mis peores locuras y mis mejores sonrisas, y amigos que amo y que sé que darían su brazo derecho – y con un poco más de insistencia, también el izquierdo – por mí. Y por cierto: El sol sigue saliendo cada mañana.
Después de pensar largamente en la necesidad de acostumbrarme a escuchar la guitarra que tanto me lastima en la versión no mutilada de Tomorrow, llegué a una conclusión: No. Me gusta más mi versión. Tomorrow tiene dos canales de grabación; sólo uno de ellos me hizo amar esta grabación, y querer grabar algún día una obra magistral como, considero, es esta. Me resulta innecesario conocer lo que el canal izquierdo puede aportar. Y al igual que con Tomorrow, me debato entre escuchar o ignorar los innumerables canales – no sólo izquierdo y derecho: el de hijo, padre, amigo, pareja, músico, ingeniero, creador, admirador, devoto, ateo, estudiante y maestro - que, a lo largo de estos años, mi historia ha ido grabando en la pista que es mi vida.
En algún momento escuché uno de los canales y me pareció magnífico. Mi cosmovisión y el concepto que, de mí mismo tuve, fue muy bueno. Más tarde, he escuchado algunos canales que de verdad lamento. Y por un momento he querido creer que escuchar todos los canales es la única forma de ser íntegro y, conociendo todas las aristas de mi personalidad, ser mejor. Hoy me voy a dar permiso de escuchar nada más el canal derecho e imaginar ese estudio de grabación sólo con base en él; de construir lo que quiero ser escuchando nada más lo que creo que en mí ha sido mejor; de ignorar lo que tal vez fue una hermosa Stratocaster para quien hizo el arreglo, pero que a mí me da dolor de cabeza, o hace brotar una lágrima.
Gracias por acompañarme estos treinta y tres años y convencerme de que puedo esperarlos mañana, de que puedo apostar que mañana saldrá el sol, de que falta sólamente un día para estar juntos.
Con amor,
Paco
- -
P.D.- Quizás hago mal, pero si quieren escuchar la pieza de la que tanto he escrito, se las dejo en estos links. El primero es la versión monoaural que tanto me ha gustado. El segundo es la versión original en stereo, que torpe pero libremente he decidido ignorar. Sugiero enfáticamente el uso de audífonos y que cierren los ojos. ¿Pueden ver ese estudio cubierto de madera del que les he hablado?
2 comments:
Mi querido Paco: Cuánto me ha encantado leerte y escuchar lo que para tí es y ha sido de las mejores rolas... y sabes? coincido contigo: "Qué canción tan encantadora"!!!, quisiera tener toda esa capacidad tan tuya para poder imaginar y sentirme en ese estudio de grabación, quiza mis oidos ya no son los de antes..jiji, pero lo que sí puedo decirte es que amo lo que dice y transmite, sé que hay un mañana y que mañana también estarás tú, así cómo lo estaré yo y cada uno de los que te queremos. Gracias por regalarnos en tu cumpleaños uno de los más bellos tesoros que tienes: tú. Te quiero mucho mi Paco. ¡¡¡Feliz cumpleaños!!!
Me quedo con la imagen de tu cara tratando de entender que diablos con la guitarra fender!! Me lo imagino perfecto! Curioso que, out of the blue, le empecé a tararear Tomorrow a Mia para dormirla hace unos días. Como diria mi hermana, "cosmico"
Post a Comment