Pocas cosas dejan huella tan honda en la vida como las canciones. Dicen los estudiosos que la música es una entidad que no ocupa espacio exclusivo en nuestra memoria, es decir que, a diferencia de otros recuerdos, suele ser complementaria – o mejor dicho, suplementaria – a olores, imágenes, sensaciones táctiles, sabores, y por supuesto, sentimientos. Me gusta la imagen mental de que nuestros recuerdos son piedras en un recipiente, y la música, el agua que podemos verter poco a poco en él, haciendo que ocupe espacio que creíamos inexistente, pero que indubitablemente, enriquece el contenido de nuestro recipiente.
Tengo una particular precisión en los recuerdos que de mi preparatoria, el CUM, atesoro. Y el recuerdo y legado más importante que del CUM tengo son mis amigos.
Una de las almas más nobles que conozco – y por inmerecido regalo, conozco muchas así, ¡en serio! – es mi amigo Paco Ríos. Desde que tuve la fortuna de conocerle, hace 24 años, siempre ha sido una persona en quien puedo vaciar mis preocupaciones, mis alegrías, mis peores pecados y mis sueños menos ortodoxos. Hasta el día de hoy, creo que el único juicio que de él he recibido fue cuando decidí cobrarle interés compuesto del 2% sobre saldos insolutos, por un préstamo para comprar un peluche de 180 pesos para una damisela que resultó no tener más interés que el que yo tenía en recuperar mis 180 pesos… más intereses. El juicio emitido fue algo así como ‘¡Qué pasado de lanza eres!’ – probablemente con términos menos pulidos -, pero como se dio cuenta de mi maldad inherente como 10 años después, ya no había mucho que hacer. Por cierto, querido Paquito, ¿no tendrás los $10,430.56 que, hasta hoy, valió aquel peluche? Qué odioso puedo ser, ¡aún sin gran esfuerzo! :)
Dice el refrán que al perro más flaco se le cargan todas las pulgas. Supongo que por eso, y parafraseando al Chapulín Colorado, nos aprovechábamos con bastante frecuencia de la nobleza de mi amigo. La respuesta perfecta a todas nuestras iniquidades era ‘¡Tu mamá!’, apócope de conocida expresión disonante que creo innecesario enunciar. Mentiría si no dijera que, de vez en vez, nos daba un poco de remordimiento. Pero, ¡oh, divina juventud de laxa consciencia!, se nos olvidaba lo suficientemente pronto para hacerle la siguiente maldad. Acoto, sin embargo, que le queríamos mucho. Refraseo: le queremos mucho. Pero desde aquel entonces – ¡y miren que éramos adolescentes rudos y, según nosotros, machos, machotes inconmovibles! - el cariño era suficiente para reconocer que era un tipo excepcional, y que a veces tentábamos demasiado al destino en lo mucho que le perjudicábamos la existencia.
Hace 17 años – ¡por cierto, 2 meses y 9 días después del préstamo aquel! ¡Ya me debía $187.27! -, un viernes 17 de diciembre de 1993 fue la Noche Navideña del Colegio México Primaria. Muchas razones tengo para recordar esta fecha. Para empezar, era el cumpleaños de Paquito y, un poco por maldad, un mucho por cariño, quisimos ir a comprarle un regalo. El regalo perfecto se hizo ver con una simpleza apabullante: Xavier López ‘Chabelo’ recién había hecho una alianza estratégica para sacar al mercado unos muñecos de plástico que, al presionar un botón, cantaban ‘Soy Chabelo, ¿quieres ser mi cuate?’ usando la voz del citado personaje. Era ideal, porque aunque era una mofa en toda la extensión de la palabra – ¡tienen que conocer a Paquito para entender por qué lo digo! -, no era ofensiva en modo alguno, y sí conllevaba un tremendo cariño. Total: nos fuimos el viernes a la salida – aún no lo conocíamos como ‘El Día del Señor’, pero tiempo después lo llamaríamos así, gracias a Don José María Crucet De Las Casas, que en paz descanse – al Sanborns que está en División del Norte y Eje 6 a comprarle el citado esperpento a Paquito. ¡Fue un rollo comprarlo sin que se diera cuenta! Sé que se enojó porque nos fuimos sin él, y sé que a punto estuvimos de no comprárselo nomás por su berrinche… y el nuestro propio.
Esa noche, como ya mencioné, era la Noche Navideña del Colegio México Primaria. Era el último evento del año. Yo sé que no a todos, pero a mí me causaba una especie de tristeza mezclada con alivio que llegaran las vacaciones de invierno. Bellaurus Jazz y la Rondalla eran para mí la forma más evidente de crear y recrear música. Y también estos dos grupos entraban en receso. Era importante no únicamente por ser la última presentación del año, sino porque además sería nuestra última oportunidad de tocar el material navideño. ¿Mencioné ya que, en mi absoluta vanidad, había acertado a audicionar como solista de ‘Ha nacido un niño’, de Alejandro Mejía? Por alguna razón que todavía no entiendo, me vetaron de buenas a primeras. Sospecho de una artimaña de nuestro director, quien por cierto, decidió que yo no iba a ser guitarrista en la Rondalla, sino acordeonista. Caramba… ¡cuánta asociación de ideas con una sóla temática! Para mi egoteca: cuando audicioné para ser solista, los rondallos me aplaudieron. Yo creo que era el código no escrito para ‘¡Bájenlo!’. Nunca lo sabremos. ¿Y luego? ¿Por qué me vetaron? ¡En fin! Aquí termina el episodio para mi egoteca, y mi carrera como aspirante a cantante.
Como sea, esa noche iba a ver, después de algún tiempo y muchas vicisitudes, a la persona que, por muchos meses – ¡creo que es justo hablar de un par de años! -, ocupó el privilegiado lugar - ¿uh? – de ser por quien yo suspirara no una, sino muchas veces al día, y de recibir puntualmente una llamada semanal, nomás por no dejar. ¿Era los jueves? ¡Ah, qué intensas son las amistades y amores de adolescencia! ¡Lástima que a algunos se nos quedan esas malas costumbres! No te hagas, Morales, ¡bien sabes que hablo de ti, ja ja ja!
Ese 17 de diciembre, además del cumpleaños de uno de mis mejores amigos, y de compartir con una persona tan entrañable algunos minutos, tuve la fortuna de conocer una efímera agrupación en la que tocaba uno de mis grandes ídolos: mi maestro Jorge Pastor. Sí, sí. ¡El mismo ingrato que me vetó de la solisteada! Vamos a omitir esta acotación. El grupo se llamaba ‘Contraste’, y aunque era muy bueno, su actuación no hubiera tenido mayor significancia para mí esa noche, de no ser por un tema que presentaron. La canción se llamaba ‘The Longest Time’. Días después sabría que era de Billy Joel, y que el mérito del arreglo a capella era del autor mismo. La interpretación, en cambio, era mérito enteramente de ‘Contraste’. Mi dominio del inglés no era mayor que el de ninguno de mis compañeros, y por ende, mi comprensión de la letra fue escasa. Puedo decir, sin embargo, que la canción me habló sin que yo entendiera lo que las palabras decían. Lo juro. Sabía que era una canción de festejo, de agradecimiento, de lucha, de compasión, de ternura. Así, creo que sabía lo más importante.
Como es costumbre en ésta, mi desorganizada columna, me voy a permitir tomar una ruta divergente en la línea lógica de narración. Más adelante – quizás MUCHO más adelante – sabrán por qué debo relacionar estas adolescentes – y adolecentes – anécdotas con el tema que a continuación expongo: George Massenburg.
Imagínense haber inventado el pan con mantequilla, o la mermelada de fresa, y haberla patentado. Olviden la parte económica. Imagínense la significancia de saber que, en algún lugar del mundo, en cualquier instante en el tiempo, alguien está haciendo uso de su invento. Ahora que, si quieren pensar en la parte económica, no soy quién para prohibir que lo hagan. ¿Qué tal .1 centavo de dólar – ¡sí, bueno, si vamos a hablar de dinero, que sea MUCHO! – por cada pan con mantequilla que alguien se zampe? Considerando unos 7 mil millones de personas en el mundo, puedo garantizarles que, en un día, tendrían cuando menos 700 millones de centavos de dólar, o siete millones de dólares al chas - chas. ¿No me creen? ¿A poco no me comprarían la idea de que al menos una en cada cien personas desayuna, come o cena un pancito – así: pancito; familiar, cariñoso y cercano – con o sin rémora de su colesterol? ¡Y eso que no estamos contando los que, como yo, no sacian el antojo con uno, sino con al menos un par!
¿Cómo llegamos a todo esto? ¡Ah, sí! George Massenburg. Me voy a tener que enrolar en una explicación medianamente teórica para poder hablarles sobre el pan con mantequilla y George Massenburg. En el ámbito del audio – sí, esa disciplina que fluctúa entre la técnica y el arte, dedicada a grabar, reproducir, amplificar los sonidos – una buena parte de los pleitos los tenemos, día a día con las frecuencias. ¿Y qué diablos son las frecuencias? No son otra cosa que el número de veces que algo oscila en una unidad de tiempo. Entre más veces oscila por unidad de tiempo, más alta resulta la frecuencia, y más agudo el sonido en cuestión. Vamos a seguir con nuestra explicación Región 4 de los principios del audio. ¿Han escuchado el ruido que hacen las balastras de esas horribles lámparas blanquiverdes que, en todo hospital que se precie, tienen? Siempre oscilan en un rango de frecuencias muy focalizado. ¿O el grillito que, cuando niños, nos despertaba? Ese suele frotar sus patas delanteras y generar un sonido muy agudo, que tiene una frecuencia de oscilación muy alta. Dicho sea de paso: preocúpense si ya no los despiertan los grillitos: la edad y el abuso del oído son factores para empezar a perder la sensibilidad a los sonidos agudos. Bueno. ¿Entendimos el asunto de las frecuencias? Estoy seguro que sí porque, de mis lectores, todos han sufrido alguna aburrida plática de las que yo suelo tener, y SEGURITO que alguna vez ya los mareé con estas cosas. ¿Todavía no los mareo con dicha plática? ¡Usté sólo diga cuándo!
Ahora sí: cuando en un estudio de grabación tenemos un sonido espantoso en una frecuencia específica en alguno de los tambores, en el piano, en alguno de los lugares donde NO deberíamos tener esa ruido horrible, solemos filtrarlo con ecualizadores. O lo contrario: también podemos querer reforzar alguna frecuencia para darle más presencia o definición a alguna frecuencia en particular. Todos conocemos un ecualizador. Son esas cosas que uno usa a veces en el coche, a veces en el iPod, a veces en el equipo de sonido de la tía Ludmila para hacer que los bajos suenen más ponchadotes, los agudos menos penetrantes, o la voz del niño caguengue de Guanajuato en algún documental de Discovery Channel – ese que recita conocida historia (¡falsa toda ella!) acerca del amante y la amante del amante que, encontrando que sus románticas citas en la calle estaban prohibidas por el padre de la segunda, fijábanse la hora para apasionadas citas entre balcones en el Callejón del Beso. O algo así - menos desagradable. Suben o bajan la presencia de ciertas frecuencias a voluntad. ¿Y cuando la frecuencia que buscamos no es exactamente la que nuestro ecualizador tiene fija? ¡Ah!, pues aquí entra el pan con mantequilla, George Massenburg y los ecualizadores paramétricos.
¿Todos estamos claros de que, lo más normal, es que las cosas no sean normales? Déjenme decirlo una vez más, pero usando términos anglosajones: ¿Todos estamos claros de que, lo más standard, es que las cosas no sean standard? ¿Cómo por qué creemos que las frecuencias de los grillitos siempre son las mismas? ¿O que el tono coatzacoalquense que hay que atenuar está localizado siempre entre los 2.4 kHz y los 2.6 kHz? ¿Y si no? Bueno, pues así como a alguien se le ocurrió que tendría que inventarse el pan con mantequilla, a George Massenburg se le ocurrió que había de inventarse un equipo que pudiera recorrer las frecuencias a voluntad pa’ ver dónde había que hacer las correcciones pertinentes. ¡Suena demasiado sencillo para creer que a nadie se la había ocurrido antes!, ¿no? Pues sí. A nadie se le había ocurrido antes. Cada vez que vean un ecualizador que no tiene las frecuencias fijas, y que además de la ganancia o atenuación tiene forma de recorrer, de “barrer” las frecuencias, de buscar en un rango definido, allí está la mano y el ingenio (y el derecho de autor, ¡claro!) de George Massenburg. Músico, ingeniero, productor, maestro.
Resulta que estoy tomando una materia que se llama ‘Creative Production Skills’, o como yo lo entiendo: ‘Cómo empezar una carrera de Productor sin morir en el intento’. En esta materia, uno de los proyectos, quizás el más demandante del semestre, es un sound alike: una recreación de un tema previamente editado comercialmente.
¿Por qué no? A Paquito – ese soy yo, pese a estar a 12 días de ser oficialmente crucificable - se le hizo buena idea buscar entre los temas que más fibras movieran, y se encontró con ‘The Longest Time’. Confieso que no fue mi primera opción. La discografía de Pink Martini, toda ella, parecía una opción musicalmente más añorable, pero la realidad es que los requerimientos instrumentales de Pink Martini eran, por decir lo menos, groseros. Hago compromiso público por, algún día, recrear una canción suya. Decía yo que Paquito decidió que ‘The Longest Time’ era una opción medianamente apropiada, por simplicidad, conocimiento del género y artista, y porque la canción me sigue haciendo pensar en gente que amo y amé. Punto. O sea que la escogí porque se me antojó.
Permítanme decirles que las transcripciones que hay para la canción, son bastante mediocres. Así que decidí hacer la mía propia. Conste: no es que la mía haya quedado menos mediocre. Pero como que uno siente bonito cuando ve a su retoño madurar, aunque esté todo cucho, con un ojo aquí y un diente allá, diría Mecano.
El proceso de producción es uno de los temas MÁS ABURRIDOS de leer. Son tantos los detalles que hay que cuidar, que supongo que para los que no tienen que hacer una tarea así, pensar que pasé más de 28 horas en terminar este tema (¡y leer qué diablos hice en esas 28 horas!) resulta algo entre ocioso y estúpido. Me limitaré a decir que hay una gran cantidad de sonidos involucrados en esta canción. Tantos sonidos hay, como personas que prestaron su talento a un proyecto que tiene mucho de capricho. Cada uno de ellos, lo sé, entregó la parte mejor de sus capacidades, fuera en lo interpretativo, en lo técnico, aún en lo humano.
Integrando: George Massenburg estuvo – ¡sorpresa! - en la clase en la que presenté la mezcla final de mi canción. Por cierto que él ha trabajado con Billy Joel, y tiene una opinión muy clara de él como artista: un tipo que sabe lo que quiere, pero que tiene un profundo respeto por el productor. Dice Massenburg, pero sin estar seguro, que no dudaría que el carácter particular de esta canción – el estilo, los coros, los chasquidos - fue sugerencia de Phil Ramone, quien produjo el disco en 1983.
¿Comentarios? ‘Sí, me queda claro que no todos tus cantantes tienen el inglés como lengua materna - ¡Ay!, ¡pero si el único no latino de los grabados es vietnamita! -, pero no me parece que les haya hecho falta alguna.’ ‘¿De verdad los coros y la instrumentación no los sacaste de las cintas originales de Billy? ¡Suenan muy bien, prácticamente con los colores del corte de Joel!’ ‘En tu opinión: ¿qué es lo más importante de esta canción? ¿Qué la hizo ser un éxito en los 80s?’ Mi respuesta: ‘El sentimiento, la vibra que transmite. Que te hace sentir bien.’ ‘Bueno… sí, pero también que es una canción que no fue perfecta cuando se grabó. Se siente que son muchachos neoyorkinos en la calle, cantando un Du-wop para competir contra otra pandilla de adolescentes, y como bien dices, que están contentos de hacerlo. Dicho esto… ¿no quedó demasiado perfecta tu versión? Quiero decir: hay que saber cuándo parar en el proceso de producción, y no perder esa vibra en aras de una producción más pulida. Felicidades, ¡es un trabajo excelente!’
Creo que este post debió llamarse: ‘Cómo integrar los amores de ayer y hoy, las amistades de siempre y una figura preponderante del audio en 4 minutos y 10 segundos’. Sólo bromeaba.
Todavía no sé si mi rol como productor tenga futuro alguno, pero de algo estoy seguro: hoy estoy contento de haber producido una canción que, al menos a mí, me ha movido y me sigue moviendo tantas fibras. Si algún día llego a producir algo que cause esto mismo en alguien que no sea un manojo de sentimientos, como lo es un servidor, aunque esta canción no sea perfecta – y no lo va a ser, ¡todos lo sabemos! – el trabajo de mis maestros en Berklee, la maestría de George Massenburg, el pan con mantequilla de estos años, tantas llamadas telefónicas semanales y un Chabelo comprado en el Sanborns de los Pajaritos habrán valido la pena. Y la distancia de aquellos que amo, y de quienes creen en mí, pese al empeño que frecuentemente pongo en convencerlos de lo contrario, habrán valido la pena.
Con amor y todo mi agradecimiento,
Paco.
P.D.- Sin haber pedido permiso antes a los involucrados, estoy copiando inmediatamente un video con las imágenes originales del video de Billy Joel para esta canción… pero con el audio que generamos – sí, generamos entre muchos – en estas semanas. El segundo video es, visualmente, lo mismo. Pero el audio de este es una edición síncrona – lo que resulta de superponer una pista contra otra, sólo prendiendo una pista y apagando la otra, y sin alterar el tiempo, volúmenes o parámetro alguno – de la pista original de Billy Joel contra la pista que, gracias al amor y paciencia de muchos, tuve el honor de producir.
P.D.2.- Datos relevantes: la canción se grabó en 1983, pero se editó como sencillo hasta 1984. Pese a lo que el video sugiera, las malas lenguas – por cierto, la de Massenburg entre ellas – aseguran que todas las voces que escucharán son Billy Joel, y Billy Joel, cantando junto con Billy Joel y… ya me entendieron, ¿verdad? Aunque se mencionan como los únicos instrumentos usados un bajo eléctrico, esto es mentira. Existen también una tarola ejecutada con escobillas – metálicas, es mi apreciación – y un hi hat que abre y cierra cada tiempo del compás durante toda la canción. Los chasquidos, se rumorea fuerte también, fueron Billy Joel… asistido por Phil Ramone. O sease que todo queda entre los grandes.
El video de Billy Joel con el audio que recreamos
El video de Billy Joel con el audio original... parcialmente
3 comments:
Mi querido Paquito, si bien ya te había felicitado vía fb, después de toda esta bella explicación no me queda mas que quitarme el sombrero y felicitarte por la felicitación dada por tan importante ente de la música. Ya verás que llegarás a ser muy grande en la escena musical, ya que en lo personal eres tan grande como gente que te ama y te respeta.
Te queremos mucho paquito!!
Quisiera tener más comentarios, pero solo puedo decirte que en el tiempo que invertí leyendo tu post y volviendo a observar y escuchar con atención el video, vinieron a mi imágenes de lo vivido en 24 años a tu lado, el de Toño y Erik, mis hermanos quienes tienen todo mi amor; Recuerdos que me hicieron reir algunos y dejar escapar una lágrima también, no por la añoranza pero sí por los recuerdos que hoy no son más que eso, recuerdos, pero también la sólida base de nuestra relación. Me has hecho reir y llorar un poco... Gracias por eso!
Al ver tu video y el sentimiento que conlleva, solo te puedo decir que siempre lo mejor está por venir, no como un deseo para las vidas estáticas, sino como una certeza para los que andan los caminos de la vida.
Te quiero mucho, sigue tu camino de éxitos, que ahí estaré a tu lado, hermano.
MI querido Paquillo.
No dejas de asombrarme aunque pasen los años. Te super felicito. Dejaste con la boca abierta a más de uno de lo que les he presumido tu trabajo. Y por que no decirlo, que presumo ser tu amigo. Jaja. Saludos y felicidades.
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