Monday, February 1, 2010

On the other hand…

Escrito durante trayectos a Santa María, Quiegolani, Oaxaca; México, DF; Miami, Florida y Boston; Massachussets; entre los meses de noviembre de 2009 y febrero de 2010

Hace muchos, pero muchos años – más aún de los que nos separan de la Alianza Rebelde de Star Wars, ¡figúrense! – llegó a casa de mis papás uno de los prodigios que la tecnología había logrado acuñar para aquel momento histórico: una videocassettera, y con ella, la posibilidad de ver en múltiples ocasiones una película. La crónica de las bondades del aparato resulta por demás fuera de lugar para la mente moderna, pero para un niño de tres años de la temprana etapa de la Generación X, resultaba mágico poder ver una y otra vez el mismo material… Acoto que ese niño - ¡obviamente! – era yo, pese a las 32 velitas en el pastel Swandy que mi hermana, la menor, me obsequió para internacional contrabando, causándome lágrimas de desconocido – pero inequívocamente múltiple – origen.

Debo aclarar al lector, plausible usuario de las facilidades de la modernidá, que las cadenas de renta de video, los sistemas de paga y/o suscripciones On Demand eran, en mi realidad local, ideas tan fantasiosas como la Estrella de la Muerte, los Ewoks o un villano tan deleznable – y sin embargo, añorable – como Darth Vader. Así, antes de intentar bosquejar un bucólico paisaje, en que las otrora agrestes tardes de sábado eran ahora compartidas en sana convivencia familiar viendo un video, hay que resolver un problema fundamental en esta ecuación: el video en cuestión.

En 1981, Sony introdujo para el mercado de América Latina – y otras “economías emergentes, aunque entonces sí éramos abiertamente y sinceramente Tercer Mundo – un formato para la grabación y reproducción casera de video: Beta. Me permito destacar que el formato existía desde 1975, pero nos llegó tan tarde por un gandallismo que intentaré resumir: en contraposición al formato Beta, al año siguiente de que este viera la luz, surgió un formato no mucho más eficiente, pero sí ligeramente de mejor calidad: VHS, diseñado e impulsado por JVC. En otras partes del mundo la guerra de los formatos del video casero la ganó JVC, según se dice, principalmente por el respaldo de quienes hacían los estudios técnicos para aprobar las importaciones, pero esto está en calidad absoluta de chisme. Lo que sí es un hecho es que tal fue la preponderancia que el formato VHS tuvo sobre Beta, que incluso Sony dejó de respaldar a su malogrado vástago poco tiempo después. ¡Habráse visto! ¡Ah! Sólo para los que se creyeron la teoría de la conspiración: no. América Latina no fue la única que recibió este nefándulo formato. Hubo más engañados. Claro… en 1980 VHS dominaba más del 70% del mercado estadounidense. ¿Alguno concuerda con que nos mandaron las cochinadas que ya no estaban vendiéndose – ni podrían nunca más venderse – en Estados Unidos?

La historia de los pleitos entre los conglomerados tecnológicos, una vez más, resulta poco trascendente en este post, pero sí resulta importante mencionar que, en parte por el remedo de formato que nos fue legado a México, y en parte dada la eficacia de nuestro siempre propositivo, bien informado, inteligente, noble y sagaz cuerpo legislativo, la llegada de videos comerciales – es decir, con material previamente grabado por parte de un Estudio: películas, caricaturas, documentales… ¡todo! – demoró al menos un lustro más. Genial, ¿no? Se permitió la comercialización de un artefacto para grabar y reproducir, ¡pero lo único que podíamos grabar en aquel entonces era lo que pasaban en la tele! O ya con un poco de esfuerzo – sólamente una cámara, una unidad de grabación - ¡claro, venían por separado! - un cable de interconexión de 20 metros entre ambas unidades… y el permiso de la progenie para hacer uso del citado equipo – las grabaciones de las ocurrencias en mi casa. No… esto último no era francamente una opción tan socorrida.

Todos sabíamos, sin embargo, que existía un oasis en este desierto de medios: los tianguis. Nadie sabe, nadie supo, pero en mi casa un buen día aparecieron dos videocasetes, cada uno con una película. ¿Que por qué sé que fueron dos, y no más que dos? ¡Pues porque recuerdo haberlas visto sepetecientas veces cada una! Esas eran las opciones: o la una, o la otra. O ninguna, claro. La primera de ellas no puedo garantizarlo, pero creo que fue Superman I. Claro, en inglés. Y dado que yo apenas empezaba a leer, tampoco habría hecho mucha diferencia que tuviera subtítulos. Pero no, sé que no los tenía tampoco. Supongo que en parte por esto no tuvo el éxito que hoy tendría ver a un tipo en calzones expuestos revoloteando alrededor del Empire State. Digo, la música era imponente – y de esto, escribiré otro día - pero la historia, fuera de lo visualmente evidentemente, era de algún modo confusa.

La segunda película, en contraparte, no requería demasiada explicación. Era – al igual que Superman I, ¡no hagamos menos a Christopher Reeve! – visualmente avasalladora, pero además la carga emotiva era tan intensa, que era innecesario el texto para entender lo fundamental. Sí, era un buen complemento, pero nada que requiriéramos para decretarla “Película Oficial para ver cuando vienen las visitas adultas”. Superman I adolecía de seriedad suficiente para estos usos. No, pese a todas las veces que las he mencionado, ni Star Wars ni Supeman I – ni II, ni III y por supuesto que mucho menos la IV, ¡qué bodrio! – son el tema de este post. ¡Cómo! ¿O sea que hasta ahora no vamos sino en la introducción y notas explicativas de Paquito? Sí, bueno… ¡a ver cuándo se vuelven a quejar de que tengo mi blog muy desatendido! Cuando crean que mi estupidez ha llegado a su límite… ¡think again!

La película que formaba el otro 50% de nuestra videoteca casera era El Violinista en el Tejado. Desconozco el origen del videocassette, pero nuevamente tengo mis sospechas sobre algún tianguis. Desconozco también cómo llegó al conocimiento o interés de mi papá, pero lo que no desconozco es que se volvió una película de culto, no ciertamente por ser lo único que había para ver, sino porque al menos los primeros 50 minutos de la película – ¡créditos y títulos iniciales incluídos! – nos hacían entrar en un estado de franco buen humor. Del resto de la película no estoy seguro que fuera tan popular, pero ¡oye!, 50 minutos de ininterrumpida atención, en nuestro estado habitual de hooliganismo casero, eran toda una proeza.

Muchas cosas de mi familia recuerdo alrededor de esa película: a mi papá quejándose de que él era un padre tan abnegado y sufriente como Tevye, a su modo de razonar muy a lo ‘On the other hand…’, a mi mamá llorando a la partida de Hodel en pos de Perchik, a mis hermanas y a mí pidiendo que nos dejaran ver la escena del sueño – mejor conocida entre nosotros como ‘la parte de los fantasmas’… ¡qué ideas! –, y a la consecuencia lógica de haber conseguido el permiso de ver la parte de los fantasmas: a Nana gritándole ‘¡Fantasma!’ a una cortina movida por el aire, y a Lucy corriendo frenéticamente 3 milisegundos después de que Nana advirtiera de la espectral presencia. Yo, por mi parte, sufría estóicamente en silencio… y tras asegurarme de que mi almohada roja de terciopelo era un arma eficiente y letal, prendía la luz de mi cuarto. No, las quejas de Dulce – cuando llegó a ser la otra habitante de mis dominios - poco valían para mermar mis medidas precautorias. ¡La integridad y supervivencia antes que un sueño tranquilo!

Al Violinista en el Tejado le debo mi conocimiento temprano – por no decir precoz – de la escala menor armónica, de muchos intervalos que en la música occidental clasificaríamos de disonantes, del mínimo conocimiento que tuve durante muchos años de un judaísmo conservador, de lo que un Zar puede ser y hacer. Le debo también el concepto mismo de modulación e intercambio modal, de los trinos, pedales, glissandos y demás particularidades que hoy, casi treinta años después, apenas empiezo a conocer en la teoría y no en el uso y abuso.

Hace un par de meses tuve la fortuna de ir con mi hermana, la mayor, con Paty y Pancho a ver a Chaím Topol – the man himself! – en la que se presume es la última gira que hará del Violinista en el Tejado. Hace alrededor de cuarenta años que debe haber dejado el primer legado en un personaje que, aunque escrito, registrado y publicado, tomó dimensiones y matices jamás imaginados al ser actuado por este – en aquel entonces - treintañero israelí.

Además de muchísimas observaciones brillantes – no, obviamente no las hice yo – mi hermana comentaba que la historia de mi familia y una buena parte de nuestra infancia, estaba íntimamente ligada con esta película. Difícilmente podría explicar la revelación que fue para mí esto.

Cuando viví en Canadá, el primer disco que compré - y que escuché entre tres y cuatro veces cada semana – fue justamente una copia del Violinista en el Tejado con el elenco original de Londres, en el que evidentemente figura Topol. ¡Qué modo tan abrupto tuvo mi hermana de hacerme caer en la cuenta que fue mi Security Blanket!

Dudo que algún día le pueda agradecer personalmente a Chaím Topol haberme regalado un momento de tantísima cercanía con quienes amo y extraño. Dudo que sepa jamás el poder que su inglés – mezcla extraña, musical y agradable entre británica e israelí – causó en mí. Si alguien llega a saludarlo algún día – qué sé yo…¿en alguna sinagoga? ¿En un avión? ¿En un baño público en el que resulta que el tipo que se está lavando las manos junto a ti no es un simple mortal… aunque también hace pipí? - … ¿le dirían de mi parte?

Dos datos adicionales antes de cerrar este – creo – aburridísimo y quizás exageradamente personal post:

  • Mi primer contacto con El Violinista en el Tejado fue a través de la película, pues aunque la obra - esto es, el texto casado con la música - fue escrita en la década de los 60s, como película fue producida hasta 1971. Comparen, si tienen oportunidad, la fuerza, expresividad, grandilocuencia de varios temas de la obra, en contraposición con la sencillez, casi desnudez del arreglo de la versión teatral. Años después he venido a enterarme que el arreglista y director musical de la versión cinematográfica del Violinista en el Tejado, años después de su aparición en Broadway y Londres, fue nada más y nada menos que John Williams. Uno más de los que si encuentran en un baño, solicito le informen que soy su fans.

  • Hay pocas frases que cada vez que escucho, leo o pienso, logran hacerme llorar. Una de ellas proviene del Violinista en el Tejado. El amor, la incertidumbre, la fe, y tristeza que encierra, exceden por mucho las palabras… Al hecho de ser pronunciada en una terminal de tren, creo que le debo la inherente nostalgia que le concedo a los aeropuertos, las terminales, las estaciones… los lugares donde decimos ‘adiós’, ‘te amo, ‘te voy a extrañar’, ‘hasta pronto’. Secretamente, cada vez que me despido de mis amigos, mi familia, de quienes amo, la recuerdo.
- Papa… God alone knows when we shall see each other again.
- Then we will leave it in his hands.

Con amor,

Paco

3 comments:

Laveaga Crafts said...

Gracias por escribir de nuevo!!! Sigue así!!!! Queremos leerte!
Y que maravillosos recuerdos los tuyos y los que me haces a mi recordar.

MTAmerica said...

Siempre me ha impresionado muchisimo tu gran memoria... y como te imaginas la envidio muchisimo! jajajajaj me encantaría recordar cuando yo tenía 3 años! si a veces ni me acuerdo que hice ayer! :P Que padre que tu tengas ese don y mas aún que lo compartas! Un abrazote TQM.

Unknown said...

Gordito, no sabes como he disfrutado este post!. Han sido una gama de emociones el resultado de leerlo y saber que compartimos desde hace tanto -un poco después de que llego la Beta a casa de tus papás- un camino.

Te mando un abrazo con todo mi cariño y dejémoslo en sus manos!