El problema no es que no haya escrito nada. Es más bien que estoy juntando fuerzas y valor para publicarlo, porque balconea de modo brutalístico (así diría mi maestro de piano del semestre pasado… aunque él lo decía respecto a mi modo de aporrear el piano) a más de uno… Pero esa es otra historia, y como escribió Michael Ende, debe ser contada en otra ocasión.
El asunto aquí es que tengo este espacio harto desatendido, y confieso, me arredra la potencialmente cruel reacción de mi otrora amabilísima audiencia a mi autoimpuesto exilio bloggístico. Traduzco: ¿Y si me agarran a guantazos o me castigan con el látigo del desprecio – o mucho peor: ¡de la indiferencia! – por tener tan olvidado este sitio? No ha sido una temporada muy tranquila, y me veo en la necesidad de hacer un breve recuento histórico para quienes – lamento – menos he podido mantener al tanto de mi kermesse personal.
Aquí va un sumario de estos últimos dos meses. Momentito: ¡Dos meses, y no he escrito nada! Soy una mala persona, no cabe duda.
Sigo en Berklee. “Thanks for shopping Berklee!”, dice mi maestro de Advanced Ear Training. Y se ríe por lo paradójico que resulta que Berklee no sea sino un consomé de diferentes experiencias y visiones cocinadas en un perol de cuatro años – espero que cinco en mi caso. Nadie ignora que cada cabeza es un mundo, pero ¿tan diferente puede ser lo aparentemente igual? Las matemáticas tuvieron una cara muy similar desde que la directora de mi kinder le sugirió a mi mamá que no me llevar al día siguiente quesque porque “¡Pepito va muy adelantado, si quiere mañana que se quede en su casa a descansar!” y hasta que Eugenio Fautsch acotara que ser ingeniero, arquitecto, economista o físico no era sino una pizca de lo que debíamos aspirar a ser en la vida, en mi último año de la preparatoria. ¿Y hoy no pueden ponerse de acuerdo entre semestre y semestre en cuanto a si un mugroso acorde se llama Fulano o Mengano? No voy a entrar en detalles técnicos, pero para mis amigos músicos, sepan que los acordes que se hacen llamar semidisminuídos tienen tantos devotos fans como acérrimos enemigos. Bueno, no el acorde en sí, sino el citado nombre del acorde. Y conste que entre los rivales se encuentran no los polos opuestos de la música, sino los que aparentemente deberían jugar en la misma liga. No es que uno sea un respetable exalumno del New England Conservatory y el otro un gañán de Berklee, sino varios con un background esencialmente similar: hueseros de jazzistas a fin de cuentas.
Lo anterior puede resultar un prólogo un tanto ambiguo para entender que cada vez más me convenzo de que Berklee es el mejor lugar en el que pude caer. No me está siendo sencillo entender que lo que este semestre escribí con números romanos y mayúsculas, el próximo va a ser con arábicos y minúsculas… ¿o grafías griegas? ¡Vaya usted a saber! Pero garantizo: pese a la falta de congruencia en métodos, nomenclaturas y gustos, estoy disfrutando la incertidumbre y la necesidad de reinvención día con día.
Sí, sigo en Berklee y apliqué ya para la especialidad que quiero tomar. Una de las dos, pero por ahora la más saturada y, por ende, a la que merece echarle montón sin piedad ni demora. No sé aún cuándo darán resultados, pero no tengo prisa. Si no es este mes, será el siguiente, y si no es este semestre, va a ser en alguno posterior. Pero va a ser. Punto.
Este lunes acabo de terminar junto con mi socio de mezclar quizás el proyecto más grande que haya hecho en cuanto a creación musical. Ochenta y tantos cantos para niños, para una serie de libros de inglés. No puedo sino hacer mención de que la mayor parte de las letras nos las dieron ya cuasi-hechas. Digo cuasi-hechas porque mi socio reescribió una buena parte de ellas – si uno quiere componer una canción, y en una estrofa de cuatro versos cada verso tiene una métrica absolutamente diferente, se complica mucho el asunto. Pero más importante aún, tengo que decir que de ochenta y tantas canciones, la música de ochenta y un poquito menos que tantas son autoría de Lalo mi socio. Mis respetos más sinceros, y mi agradecimiento más profundo por todo lo que pude aprender. ¡Yo hice nomás dos y ya con eso tenía para hiperventilarme de la emoción! Mi parte fue hacer los arreglos, o a veces, los desarreglos de las piezas. Algunas de 50 segundos, muchas más de entre uno y dos minutos, un trío por allí de más de tres minutos. Pero puedo decirles que de ninguna de ellas me siento avergonzado. No, tampoco de todas me siento orgulloso, pero hablar de unas 30 consentidas es como decir que me gustan nada más los helados de chocolate, y de café, y de vainilla, y de fresa, y de cajeta, y de mamey, y de melocotón, y de aguacate con chicozapote, y de…. ¿ya me entendieron?
Nunca he dejado de sentir una sincera estima – infantil quizás, porque no creo que le haga ni cosquillas mi opinión – por Don Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri, pero estos tres meses de trabajo en el campo musical de los niños me hacen además profesarle una tremenda admiración. Supongo que es lo que sentiría Chepina Peralta - ¡Sí, sí, la de “Chepina en tu cocina”! - por César. ¿Que cuál César? ¡Pues el inventor de la ensalada! No… mal ejemplo, y peor chiste. Pero la idea es que intentar hacer tal cantidad de pistas evitando que todas sonaran a lo mismo, y sin que una fuera muy buena, otra regular y muchas más terribles, logrando además conjuntar cuanto estilo de música me pasara por la cabeza, y – por si fuera poco todo esto - tener además la capacidad de que siguiera sonando a canción para niños, es un reto que no creí fuera tan, tan difícil. Por eso, y por sus más de cincuenta canciones que sigo cargando en el iPod para recordar que soy una larva de musicalizador infantil (¿existirá eso?), gracias también a Cri-Cri. No, no me considero su competencia - ¡Ja ja ja ja ja! – pero pensar que uno puede sentirse colega de alguien así, ¿no les sacaría una lágrima a ustedes también?
Esto lo escribo en el avión que me lleva de regreso a Boston, donde me esperan algunas horas de trabajo antes de mis clases de mañana. No me quejo, porque aprendí mucho, pero mucho más de lo que creí que estos pocos días me permitirían. Algunos cosas las aprendí sin querer, otras porque no había querido aprenderlas. Las menos quizás las aprendí porque tenía que aprenderlas.
Aprendí que mi mamá sigue haciendo sandwiches de frijoles en cantidades industriales. Aprendí también que no es bueno seguir comiendo las cantidades industriales de sandwiches de frijoles que mi mamá hace, con la esperanza de mermar sus reservas, porque de todos modos ella y su vetusto grill son más rápidos. ¡No hay forma de ganarles! Ah, y aprendí que en tanto siga haciéndole la competencia a la pareja mamá-grill no hay forma de evitar la derrota en un certamen familiar interno con fines de tortura. O sea: estamos jugando al “¡A ver quién baja más de peso!” Creo que me equivoqué de torneo, yo había aplicado para el “¡A ver quién no sube de peso!”
Aprendí que Farmacias del Ahorro no cobra diferente si pagas con tarjeta de crédito o con efectivo. Y este aprendizaje, lamento decirlo, me costó 10 dólares en una apuesta – como siempre perdida – con mi hermana. Ya debería aprender que cuando ella apuesta es porque sabe que va a ganar, ¡ja ja ja!
Aprendí que, al cantar, Do bemol no es igual a Si, y que los pianos Steinway Hamburgo son más populares que Steinway New York en México. Aprendí que en el piano, hacer un trino entre La y Si bemol con los dedos anular y meñique es algo muy difícil y te puedes lastimar si te exiges demasiado. Aprendí que ser director de orquesta, director de coro, pianista, maratonista y maestro no limita la capacidad de escuchar a un párvulo de pianista y hacerle sentir como el más grande de sus colegas. Aprendí que ser un gran músico no siempre te lleva a ser una gran persona. Pero ser una gran persona, siempre te lleva a ser lo que tú quieras ser.
Aprendí que cuatro días no son suficientes para visitar a mis hermanos, mi familia, mis amigos y hacerles saber la tremenda importancia que tienen en mi vida, y la falta que me hace el café/chela/jugo-de-naranja/agüita-de-limón/destilado-de-caña/coca-cola-light de cada semana a su lado. Aprendí que cuatro días son una eternidad sin tener a mi lado a mi contraparte en el “Escuadrón de Control de Bestias Mínimas Insubordinadas” que cohabita conmigo en Boston. Aprendí que es lindo despertar sin el llanto que exige una mamila, pero que es horrible ir a dormir con la certeza de que vas a despertar sin el llanto que exige una mamila. Aprendí que tan pronto me desaparezco un día – después de cuatro semanas de no perderme ni un instante de la película de su vida – Isabel discurre que es bueno ejercitarse en nuevas artes y demostrar nuevas gracias. Pérfida.
Aprendí que mi mejor crítico no ha dejado de ser mi mejor amigo. O viceversa.
Aprendí que honrar y respetar auténticamente a tu cliente es la piedra angular para hacer de tu empresa el lugar donde tu cliente quiere estar. Aprendí una vez más que, así como la garganta se ajusta para dar esa nota que la mente visualiza, el universo se ajusta para producir lo que el corazón de verdad desea.
Aprendí que pese a que siento que no he aprendido, al menos a aprender he aprendido.
Hace unos años me aventuré – o me colé en la aventura de dos amigos – a fundar Estudio 13. En dos meses exactamente cumpliremos 10 años. Hace sólo un par de días mi amigo Jack me volvió a preguntar qué era lo que pensaba que tenía que ser Estudio 13. Con cierta sorpresa, cada vez es menos etéreo lo que creo que debiera ser este lugar. Y digo con cierta sorpresa porque pese a que se ha ido definiendo, no varía mucho del sueño – pacheco – que hace diez años tuvimos. Antes de cerrar este post, y no sin pedirles una disculpa por lo ocioso de mis reflexiones, quise transcribir un párrafo que acabo de leer en el ejemplar del MacLife Magazine del mes de diciembre. Sí, mi alma Macquera haciendo de las suyas, y el universo una vez más ajustándose, porque por cierto, yo no compré la revista. Apareció en mi asiento del avión.
Para mis maestros, en todo lo que aprendí estos días, y de quienes tanto he aprendido estos años.
Paco
El asunto aquí es que tengo este espacio harto desatendido, y confieso, me arredra la potencialmente cruel reacción de mi otrora amabilísima audiencia a mi autoimpuesto exilio bloggístico. Traduzco: ¿Y si me agarran a guantazos o me castigan con el látigo del desprecio – o mucho peor: ¡de la indiferencia! – por tener tan olvidado este sitio? No ha sido una temporada muy tranquila, y me veo en la necesidad de hacer un breve recuento histórico para quienes – lamento – menos he podido mantener al tanto de mi kermesse personal.
Aquí va un sumario de estos últimos dos meses. Momentito: ¡Dos meses, y no he escrito nada! Soy una mala persona, no cabe duda.
Sigo en Berklee. “Thanks for shopping Berklee!”, dice mi maestro de Advanced Ear Training. Y se ríe por lo paradójico que resulta que Berklee no sea sino un consomé de diferentes experiencias y visiones cocinadas en un perol de cuatro años – espero que cinco en mi caso. Nadie ignora que cada cabeza es un mundo, pero ¿tan diferente puede ser lo aparentemente igual? Las matemáticas tuvieron una cara muy similar desde que la directora de mi kinder le sugirió a mi mamá que no me llevar al día siguiente quesque porque “¡Pepito va muy adelantado, si quiere mañana que se quede en su casa a descansar!” y hasta que Eugenio Fautsch acotara que ser ingeniero, arquitecto, economista o físico no era sino una pizca de lo que debíamos aspirar a ser en la vida, en mi último año de la preparatoria. ¿Y hoy no pueden ponerse de acuerdo entre semestre y semestre en cuanto a si un mugroso acorde se llama Fulano o Mengano? No voy a entrar en detalles técnicos, pero para mis amigos músicos, sepan que los acordes que se hacen llamar semidisminuídos tienen tantos devotos fans como acérrimos enemigos. Bueno, no el acorde en sí, sino el citado nombre del acorde. Y conste que entre los rivales se encuentran no los polos opuestos de la música, sino los que aparentemente deberían jugar en la misma liga. No es que uno sea un respetable exalumno del New England Conservatory y el otro un gañán de Berklee, sino varios con un background esencialmente similar: hueseros de jazzistas a fin de cuentas.
Lo anterior puede resultar un prólogo un tanto ambiguo para entender que cada vez más me convenzo de que Berklee es el mejor lugar en el que pude caer. No me está siendo sencillo entender que lo que este semestre escribí con números romanos y mayúsculas, el próximo va a ser con arábicos y minúsculas… ¿o grafías griegas? ¡Vaya usted a saber! Pero garantizo: pese a la falta de congruencia en métodos, nomenclaturas y gustos, estoy disfrutando la incertidumbre y la necesidad de reinvención día con día.
Sí, sigo en Berklee y apliqué ya para la especialidad que quiero tomar. Una de las dos, pero por ahora la más saturada y, por ende, a la que merece echarle montón sin piedad ni demora. No sé aún cuándo darán resultados, pero no tengo prisa. Si no es este mes, será el siguiente, y si no es este semestre, va a ser en alguno posterior. Pero va a ser. Punto.
Este lunes acabo de terminar junto con mi socio de mezclar quizás el proyecto más grande que haya hecho en cuanto a creación musical. Ochenta y tantos cantos para niños, para una serie de libros de inglés. No puedo sino hacer mención de que la mayor parte de las letras nos las dieron ya cuasi-hechas. Digo cuasi-hechas porque mi socio reescribió una buena parte de ellas – si uno quiere componer una canción, y en una estrofa de cuatro versos cada verso tiene una métrica absolutamente diferente, se complica mucho el asunto. Pero más importante aún, tengo que decir que de ochenta y tantas canciones, la música de ochenta y un poquito menos que tantas son autoría de Lalo mi socio. Mis respetos más sinceros, y mi agradecimiento más profundo por todo lo que pude aprender. ¡Yo hice nomás dos y ya con eso tenía para hiperventilarme de la emoción! Mi parte fue hacer los arreglos, o a veces, los desarreglos de las piezas. Algunas de 50 segundos, muchas más de entre uno y dos minutos, un trío por allí de más de tres minutos. Pero puedo decirles que de ninguna de ellas me siento avergonzado. No, tampoco de todas me siento orgulloso, pero hablar de unas 30 consentidas es como decir que me gustan nada más los helados de chocolate, y de café, y de vainilla, y de fresa, y de cajeta, y de mamey, y de melocotón, y de aguacate con chicozapote, y de…. ¿ya me entendieron?
Nunca he dejado de sentir una sincera estima – infantil quizás, porque no creo que le haga ni cosquillas mi opinión – por Don Francisco Gabilondo Soler, Cri-Cri, pero estos tres meses de trabajo en el campo musical de los niños me hacen además profesarle una tremenda admiración. Supongo que es lo que sentiría Chepina Peralta - ¡Sí, sí, la de “Chepina en tu cocina”! - por César. ¿Que cuál César? ¡Pues el inventor de la ensalada! No… mal ejemplo, y peor chiste. Pero la idea es que intentar hacer tal cantidad de pistas evitando que todas sonaran a lo mismo, y sin que una fuera muy buena, otra regular y muchas más terribles, logrando además conjuntar cuanto estilo de música me pasara por la cabeza, y – por si fuera poco todo esto - tener además la capacidad de que siguiera sonando a canción para niños, es un reto que no creí fuera tan, tan difícil. Por eso, y por sus más de cincuenta canciones que sigo cargando en el iPod para recordar que soy una larva de musicalizador infantil (¿existirá eso?), gracias también a Cri-Cri. No, no me considero su competencia - ¡Ja ja ja ja ja! – pero pensar que uno puede sentirse colega de alguien así, ¿no les sacaría una lágrima a ustedes también?
Esto lo escribo en el avión que me lleva de regreso a Boston, donde me esperan algunas horas de trabajo antes de mis clases de mañana. No me quejo, porque aprendí mucho, pero mucho más de lo que creí que estos pocos días me permitirían. Algunos cosas las aprendí sin querer, otras porque no había querido aprenderlas. Las menos quizás las aprendí porque tenía que aprenderlas.
Aprendí que mi mamá sigue haciendo sandwiches de frijoles en cantidades industriales. Aprendí también que no es bueno seguir comiendo las cantidades industriales de sandwiches de frijoles que mi mamá hace, con la esperanza de mermar sus reservas, porque de todos modos ella y su vetusto grill son más rápidos. ¡No hay forma de ganarles! Ah, y aprendí que en tanto siga haciéndole la competencia a la pareja mamá-grill no hay forma de evitar la derrota en un certamen familiar interno con fines de tortura. O sea: estamos jugando al “¡A ver quién baja más de peso!” Creo que me equivoqué de torneo, yo había aplicado para el “¡A ver quién no sube de peso!”
Aprendí que Farmacias del Ahorro no cobra diferente si pagas con tarjeta de crédito o con efectivo. Y este aprendizaje, lamento decirlo, me costó 10 dólares en una apuesta – como siempre perdida – con mi hermana. Ya debería aprender que cuando ella apuesta es porque sabe que va a ganar, ¡ja ja ja!
Aprendí que, al cantar, Do bemol no es igual a Si, y que los pianos Steinway Hamburgo son más populares que Steinway New York en México. Aprendí que en el piano, hacer un trino entre La y Si bemol con los dedos anular y meñique es algo muy difícil y te puedes lastimar si te exiges demasiado. Aprendí que ser director de orquesta, director de coro, pianista, maratonista y maestro no limita la capacidad de escuchar a un párvulo de pianista y hacerle sentir como el más grande de sus colegas. Aprendí que ser un gran músico no siempre te lleva a ser una gran persona. Pero ser una gran persona, siempre te lleva a ser lo que tú quieras ser.
Aprendí que cuatro días no son suficientes para visitar a mis hermanos, mi familia, mis amigos y hacerles saber la tremenda importancia que tienen en mi vida, y la falta que me hace el café/chela/jugo-de-naranja/agüita-de-limón/destilado-de-caña/coca-cola-light de cada semana a su lado. Aprendí que cuatro días son una eternidad sin tener a mi lado a mi contraparte en el “Escuadrón de Control de Bestias Mínimas Insubordinadas” que cohabita conmigo en Boston. Aprendí que es lindo despertar sin el llanto que exige una mamila, pero que es horrible ir a dormir con la certeza de que vas a despertar sin el llanto que exige una mamila. Aprendí que tan pronto me desaparezco un día – después de cuatro semanas de no perderme ni un instante de la película de su vida – Isabel discurre que es bueno ejercitarse en nuevas artes y demostrar nuevas gracias. Pérfida.
Aprendí que mi mejor crítico no ha dejado de ser mi mejor amigo. O viceversa.
Aprendí que honrar y respetar auténticamente a tu cliente es la piedra angular para hacer de tu empresa el lugar donde tu cliente quiere estar. Aprendí una vez más que, así como la garganta se ajusta para dar esa nota que la mente visualiza, el universo se ajusta para producir lo que el corazón de verdad desea.
Aprendí que pese a que siento que no he aprendido, al menos a aprender he aprendido.
Hace unos años me aventuré – o me colé en la aventura de dos amigos – a fundar Estudio 13. En dos meses exactamente cumpliremos 10 años. Hace sólo un par de días mi amigo Jack me volvió a preguntar qué era lo que pensaba que tenía que ser Estudio 13. Con cierta sorpresa, cada vez es menos etéreo lo que creo que debiera ser este lugar. Y digo con cierta sorpresa porque pese a que se ha ido definiendo, no varía mucho del sueño – pacheco – que hace diez años tuvimos. Antes de cerrar este post, y no sin pedirles una disculpa por lo ocioso de mis reflexiones, quise transcribir un párrafo que acabo de leer en el ejemplar del MacLife Magazine del mes de diciembre. Sí, mi alma Macquera haciendo de las suyas, y el universo una vez más ajustándose, porque por cierto, yo no compré la revista. Apareció en mi asiento del avión.
Apple is more than just a company that makes computers, gadgets, and software – It’s a game-changing free-radical that manifests in multiple dimensions. Apple is a school of design. It’s a fashion statement. It’s a media message. It’s an expression of wit and whimsy. It’s a catalyst for creativity. It’s a worldview. It’s a line of iPhone buyers that stretches three blocks long. It’s an 11 o’clock news story about that line. Apple is much, much larger than the sum total of all its parts.Esto va a ser Estudio 13 en su campo. Sólo necesitamos un grill como el de mi mamá, un trino entre La y Si bemol, cincuenta canciones de Cri-Cri, un Steinway Hamburgo (¡o mejor un Bösendorfer, al cabo ese ya lo tenemos!) y el amor de quienes no nos dejan dormir, o mejor dicho… de quienes nos quitan el sueño y el aliento. De lo demás se encarga el universo.
Microsoft, Sony, Samsung – they’re product companies. Apple is a full-fledged zeitgeistical gestalt.
Para mis maestros, en todo lo que aprendí estos días, y de quienes tanto he aprendido estos años.
Paco